jueves, 17 de octubre de 2013

Tenía que decirlo.




La música clásica. Todos han escuchado de ella, pero que poco se conoce realmente. Siempre he pensado que si se apreciara profundamente, casi cualquier otro estilo de música actual pasaría a segundo plano. No deben hacerme mucho caso o tomarme muy enserio, esta es una de las fantasías que provienen de mi mundo ideal que nada concuerda con el de otras personas y admito que tienen sus razones justas y muy razonables. Pero yo también tengo las mías. Y eso me basta porque en este texto no buscaré complacer a nadie. Toda la vida he buscado hacer felices a los demás. Quiero empezar a darle su justo espacio, valor y cuidado a las ideas y sentimientos propios. Nosotros mismos somos en ocasiones el amigo más desconocido. Y además el más oprimido por nuestras propias concepciones de lo que es correcto decir o hacer.

Últimamente me he dado cuenta que la mayor parte de la música popular actual no me atrae en lo absoluto.  No soy el típico estudiante de música que quiere lucir interesante y reniega de todo lo que escucha. Simplemente la música producida en estos días me aburre. Me aburre mucho por su monotonía. Raramente escucho algo interesante: las dinámicas nunca cambian, el ritmo es totalmente predecible y casi "estandar", las exigencias técnicas de los ejecutantes se reducen al mínimo y el objetivo primordial es entretener a las masas con música que no invita ni de la manera más remota a la reflexión. Yo la veo parecida a la comida chatarra. Digerible y buena para pasar el rato sin realmente aportar nada nutritivo. Pero se vende que da miedo. 

¿Alguien sabe que pasó con el arte? La función del arte en los seres humanos es enaltecer el alma. Refinar nuestros sentidos y guiarnos a través de lo que es bello y noble. Cuando las personas están en contacto con el genuino arte musical, rechazan todo lo que es atroz y violento. De esa manera la sociedad  evoluciona y la paz y el entendimiento encuentran un lugar donde reposar. Hoy en día tenemos a nuestro alcance los medios masivos de información. ¡Nunca antes había sido posible difundir el arte entre tal cantidad de personas! Y sin embargo a las cadena de información importantes les importa un comino.  Yo tengo la firme creencia, como L. v. Beethoven, de que si exponemos a una sociedad constantemente a la música - la verdadera, la que exalta el alma-, ésta sólo puede cambiar en pos de la armonía.










Lo que acabo de escribir lo puede contradecir o ridiculizar cualquiera. Y estoy de acuerdo con eso. Sin embargo yo me quedo con mi música. Esa que ha moldeado mi vida y la que más disfruto. Eso es un hecho contundente. 


Y, afortunada o desafortunadamente, no es probable que cambie de opinión. 


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